martes, 11 de diciembre de 2007

El Optimismo en la Ciencia Ficción

No es nueva la noción de que los avances tecnológicos son a la vez saludables y necesarios como peligrosos. No hay ciego mas ciego que el que no acepta la evolución científica y técnica del hombre como una ventaja en nuestra sociedad; sin embargo, para aquellos que, como yo, toda su vida leyeron y pregonaron el optimismo de la ciencia y de la ciencia-ficción, nos resulta difícil en demasía vernos en la situación de tener que aceptar que, probablemente, nos dirigimos al fin del mundo debido, en parte, a muchos de esos tan mentados avances tecnológicos.
Pero a no confundirse; considero que es el hombre, el ser humano, el que está lentamente (o tal vez muy rápidamente) encaminando nuestra civilización a la destrucción; no la ciencia. Es duro de aceptar pero el hombre ha demostrado una enorme capacidad de aprendizaje en lo que se refiere a la tecnología, sin dejar madurar a su vez, como sería de esperar, su noción de lo social, su mente. Aprendemos a resolver problemas técnicos y a participar de avances revolucionarios, pero sin embargo no dejamos de creer en la efectividad de las guerras, mediante armas cada vez más evolucionadas tecnológicamente, como única medida de resolución para inconvenientes sociales.
Este razonamiento me lleva a pensar que, a riesgo de sonar extremista o pesimista, una potencial 3ra. Guerra Mundial, de llevarse a cabo utilizando los nuevos armamentos de los que disponen los países más avanzados tecnológicamente (¿ironía?) podría, tranquilamente, ser la última; podría fácilmente acabar con un gran número de ciudades o incluso países y arrastrar así un halo de miseria (¿y radioactividad?) al resto de las grandes urbes; podría impulsar una crisis económica de proporciones nunca imaginadas dejando al vencedor, o mejor dicho "vencedor" sin ningún sustento real post-guerra.
Otras cosas parecen seguir el mismo camino en variantes bastante menores como, por ejemplo, el auge de las drogas químicas entre adolescentes; el aparente gusto por autodestruirse (si: autodestruirse) hasta alcanzar, o intentar encontrar, el límite de tolerancia del cerebro o del corazón… o de la cordura, sin un objetivo claro; el placer por la falta de lucidez y la tacita, o tal vez explicita, ayuda del estado a esta potencial idiotización, a fin de construir una futura generación de gente incapaz de elegir sabiamente; el increíble gusto de un joven por emborracharse solo por decisión y no porque la bebida se le fue de las manos alguna noche. ¿Qué posibilidades hay de que un joven de entre 18 a 23 años no consuma alguna droga durante estos tiempos?… probablemente mínima… ¿o incluso nula?
Todas estas problemáticas me llevan a creer lo mismo: el crecimiento tecnológico y la revolución científica se abren camino a través del tiempo de forma transversal a la evolución social dentro de la mente humana que, lamentablemente, no parece llevar el mismo ritmo y hasta no parece estar creciendo sino, a veces, regresando a sus orígenes mas salvajes.
Pero, por suerte, los lectores de ciencia-ficción hemos visto mundos futuros, universos posibles que implican un crecimiento de la ética y del amor a la vida inusitados; por suerte hemos estado frente a frente con algunos de los más increíbles descubrimientos como el monolito de 2001, la Fundación de Asimov, la conquista de Marte (llena de enseñanzas morales) de Bradbury; y la todavía latente sensación de que alguien más habita en alguna parte de las inmensidades del espacio, la creencia de que tal vez algún día nuestros científicos encontrarán vida submarina y subterránea bajo la corteza helada de Europa o algún otro satélite de Júpiter o Saturno; la fe en una posible evolución que signifique una revolución social y mental pero no una destrucción total debido a un gigantesco avance tecnológico que nos demuestre que carecemos del cerebro para manejarlo y nos lleve al Apocalipsis.

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